Tuesday, September 05, 2006

Génesis (tercera parte y última)

Los Patriarcas y las promesas reafirmadas

I.)
Elección y promesa

Dios elige a Abram para ser la persona por medio del cuál Él llevará a cabo su re-creación del mundo caído. Este pasaje vincula la historia del mundo y su permanente y constante alejamientos de la voluntad de Dios con la historia de la salvación de Dios.

Hay similitudes entre Génesis 12:1 y 1:3 con la frase “Y dijo Dios” (aunque en el segundo caso, con el nombre YAHWEH, no Elohim). Esto probablemente no es ninguna coincidencia. Como ya dijimos, Dios está llevando a cabo la regeneración de la creación caída, y al igual que con Su creación, hará esto por medio de Su Palabra.

Su instrucción en Génesis 12:1-3 consiste en estos conceptos:

  • Vete: pareciera mandar a romper las ataduras con el pasado, del mundo caído, y comenzar a dirigirse hacia la(s) meta(s) designada por Dios.
  • A la tierra que te mostraré: recuerda al Edén. Dios reunirá a una familia/pueblo en un lugar. Es lo opuesto a la dispersión causada por la arrogancia del hombre en Babel.
  • Engrandeceré tu nombre: En el fondo, Dios le está diciendo “Yo te daré un nombre” en oposición al grito orgulloso de la humanidad en Babel que buscaba “hacerse un nombre”.
  • Bendición: consecuencia de del orden del pacto de la creación reestablecido. La idea es que todas las naciones “sean benditas” a través de los judíos los cuáles serán los primeros en recibir las bendiciones prometidas.

Abram obedece, aunque de manera imperfecta, yendo a Egipto y luego a Canaán, progresivamente estableciendo sus derechos sobre la tierra. En este sentido, vemos en Abram un modelo del llamamiento de Dios: el Creador toma la iniciativa, basado completamente en Su amor, misericordia y firme fidelidad a sus propias promesas redentoras, en llamar al hombre a cumplir con Su voluntad. El hombre responde simplemente porque “no le queda otra”, a una relación con Dios. De hecho, vemos que Abram confía en las promesas de Dios, y el Señor “le reconoció como justo” recién en el capítulo 15, dejado en claro que el trato favorable de Jehová hacia sus criaturas no nace de algún mérito que tenga origen en el mismo hombre.

Las historias posteriores de Isaac y Jacob tienen relación clara con dos aspectos específicos de la promesa a Abraham: tierra y generaciones futuras. Esta promesa había sido sellada de manera definitiva en la circuncisión, señal del pacto (hebreo “Berith”). El Pacto (y su señal, en este caso, la circuncisión) son la confirmación de la promesa ya realizada, proveniente de la iniciativa divina. Es decir, el pacto está basado en promesa(s), un acuerdo formal en que se confirma formalmente lo previamente acordado entre las dos partes. Este acuerdo es sellado de manera definitiva a través de un acto “de sacrificio”. En este caso, consiste en la circuncisión, que es también un acto de consagración al Señor. Después, en el pacto de Sinaí, junto con la consagración de los primogénitos, el pueblo sería rociado con sangre, como manera de ratificar el convenio[1] con ellos. Finalmente, sería Cristo quien ofrecería el sacrificio definitivo y suficiente[2], siendo también, la circuncisión más completa y total, al despojarse de toda su carne[3].

Finalmente llegamos a la historia de José. Lo central de esta historia es cuando es reconocido por sus hermanos hacia el final. Aquí se revela que los propósitos de Dios al “enviar” a José a Egipto es dar vida a los “descendientes”. En aquél momento, Egipto es un lugar donde hay vida para todos, y donde, al menos por un tiempo, Dios proveerá y cuidará de Su pueblo. Eventualmente, vemos al pueblo judío en Egipto como un gran y numeroso pueblo, pero sin una tierra propia. De esta manera, Génesis termina en una especie de anticlímax. Las promesas de Dios se han cumplido de manera parcial. ¿Cuándo llevará a cabo Dios el cumplimiento de lo que ha dicho? Con esta interrogación concluye este libro. El “éxodo” continuará con la historia.


[1] Éxodo 24

[2] Heb. 10: 5- 18

[3] Col. 2: 11

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